La palabra catástrofe tiene un origen griego, derivando del término katastrophḗ (καταστροφή), que significa «giro», «vuelco» o «desenlace». En la tragedia griega, esta palabra hacía referencia al momento culminante en el que la historia daba un giro drástico, generalmente hacia un desenlace trágico. No obstante, su significado no estaba limitado a la desgracia, sino que también podía indicar un cambio repentino de cualquier tipo, incluso en contextos neutrales o positivos.
Cuando los romanos tomaron esta palabra y la adaptaron al latín como catastropha, su uso se amplió, y el término empezó a utilizarse no solo en el teatro, sino también en otros ámbitos. En la literatura latina, catastropha mantenía su vínculo con la tragedia, pero los romanos también comenzaron a emplearla para describir reveses en la vida real, como derrotas militares o desastres naturales. Esta ampliación del significado fue clave para que la palabra trascendiera su uso original y se fijara en el lenguaje cotidiano.
Gracias a la expansión del Imperio Romano y la influencia del latín en Europa, el término se transmitió a las lenguas romances y, posteriormente, al resto de las lenguas modernas. Así, aunque el origen de catástrofe es griego, fueron los romanos quienes la popularizaron y le dieron la connotación de desastre que hoy conocemos. Su evolución es un ejemplo claro de cómo el latín sirvió de puente para la difusión del vocabulario griego, adaptándolo y transformándolo en parte del léxico común de Occidente.