El sistema numérico que hoy conocemos como «números árabes» tuvo su origen en la India y fue perfeccionado por matemáticos árabes durante la Edad Media. A través de Al-Ándalus, esta numeración llegó a Europa, revolucionando el comercio, la contabilidad y las matemáticas. Hasta entonces, los europeos usaban los números romanos, un sistema mucho más complejo y poco práctico para operaciones matemáticas avanzadas. Gracias al contacto con la cultura islámica en la península ibérica, los eruditos europeos comenzaron a adoptar estos números, facilitando la difusión del sistema decimal y del concepto de cero.
Uno de los principales impulsores de esta transición fue el monje Gerberto de Aurillac (futuro papa Silvestre II), quien, tras estudiar en Córdoba, llevó el conocimiento de los números árabes a Francia en el siglo X. Sin embargo, el verdadero salto se dio con la publicación del Liber Abaci de Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, en 1202. Este libro mostró la eficiencia del sistema arábigo y convenció a comerciantes y matemáticos de su utilidad en los cálculos financieros y científicos.
La propagación de los números árabes fue lenta debido a la resistencia de ciertos sectores, como la Iglesia y los escribas tradicionales, que desconfiaban de este sistema foráneo. No obstante, su uso se consolidó con el tiempo, especialmente con la expansión del comercio y la contabilidad en la Baja Edad Media. Finalmente, con la invención de la imprenta en el siglo XV, los números árabes se estandarizaron en Europa, marcando el fin del dominio de los números romanos en la escritura matemática.