El paso del latín arcaico al latín clásico (siglos I a.C. – I d.C.) fue un proceso gradual marcado por el crecimiento de Roma como potencia política y cultural. En los primeros siglos de la República, el latín era práctico y funcional, utilizado principalmente para inscripciones públicas, leyes y contratos. Sin embargo, con la expansión de Roma y el contacto con el mundo helenístico, la lengua empezó a enriquecerse.
La influencia del griego fue determinante. Los romanos adoptaron términos filosóficos, literarios y científicos del griego, adaptándolos a su lengua. Al mismo tiempo, se desarrolló un interés por el refinamiento estilístico, impulsado por autores como Ennio y Plauto, quienes comenzaron a utilizar el latín en la poesía y el teatro.
Este proceso culminó en la era dorada del latín clásico con figuras como Cicerón, cuyo dominio del lenguaje convirtió al latín en una herramienta perfecta para la retórica y la filosofía. La prosa de Cicerón y los versos de Virgilio en la Eneida establecieron el latín como una lengua literaria sofisticada y modelaron su forma estándar.
De este modo, el latín pasó de ser una lengua rústica, asociada a una pequeña región del Lacio, a convertirse en la lengua universal de un vasto Imperio, símbolo de poder, cultura y tradición.