Entre las expresiones latinas que ilustran con mayor claridad el principio de reciprocidad, do ut des ocupa un lugar especial. Su traducción literal es “doy para que des” y tiene un origen profundamente arraigado en la vida religiosa y jurídica de la antigua Roma. Esta frase era empleada, en particular, en el contexto de los sacrificios a los dioses, donde los romanos ofrecían dones o rituales esperando recibir a cambio protección, prosperidad o favores divinos.
Más allá de la esfera religiosa, do ut des encapsula una visión del mundo basada en la equidad y el intercambio mutuo. En el derecho romano, esta fórmula expresaba acuerdos contractuales en los que ambas partes cumplían una obligación a cambio de una contraprestación. Así, mientras otras expresiones como quid pro quo enfatizan el intercambio como un hecho, do ut des subraya la intención y la dinámica ética detrás de él, haciendo visible el carácter casi simbólico de la reciprocidad.
En la actualidad, aunque su uso ha quedado en desuso, el espíritu de do ut des permanece como un recordatorio de que las relaciones humanas, ya sean sociales, jurídicas o espirituales, prosperan cuando están fundamentadas en la justicia y la igualdad. Es un eco de una sabiduría antigua que aún puede inspirarnos en un mundo donde a menudo olvidamos el valor del dar y recibir.