El latín es una lengua con una gramática estructurada y rica en matices, lo que la hace más compleja que idiomas modernos como el inglés. Uno de los aspectos más característicos es su sistema de casos gramaticales, que determinan la función de cada palabra en la oración. A diferencia del inglés, que depende del orden de las palabras y de preposiciones para indicar relaciones sintácticas, el latín utiliza seis casos: nominativo (sujeto), genitivo (posesión), dativo (indirecto), acusativo (directo), ablativo (circunstancias) y vocativo (llamado o invocación).
Este sistema de casos permite una mayor flexibilidad en la construcción de frases, ya que el significado no depende estrictamente del orden de las palabras. Así, en latín, puella rosam dat y rosam puella dat significan lo mismo: «La niña da la rosa», porque puella está en nominativo (sujeto), rosam en acusativo (objeto directo) y dat es el verbo. Esta riqueza gramatical otorga precisión y profundidad al idioma, pero también supone un reto para quienes lo estudian, ya que cada caso implica diferentes terminaciones según el número y la declinación de la palabra. Sin embargo, comprender esta estructura no solo permite leer textos clásicos con mayor fidelidad, sino que también mejora la capacidad analítica en el estudio de otros idiomas.