El alfabeto latino, tal como lo conocemos hoy, tiene una historia fascinante que comienza con préstamos e influencias de otras culturas de la Antigüedad. Aunque solemos asociar el latín con la Roma imperial y sus conquistas, sus orígenes están profundamente vinculados al alfabeto etrusco, que a su vez tiene raíces en el alfabeto griego.
Los etruscos, una civilización próspera del centro de Italia (siglos VIII-V a.C.), adoptaron el alfabeto griego de los colonos griegos en el sur de Italia, especialmente de la ciudad de Cumas, una colonia de la Magna Grecia. El alfabeto etrusco, adaptado a las necesidades de su lengua, fue el que finalmente los romanos conocieron y modificaron para desarrollar lo que sería el alfabeto latino.
Por ejemplo:
- Los etruscos omitieron las letras z y g, que no eran necesarias en su lengua. Los romanos, en cambio, recuperaron la G hacia el siglo III a.C. para reemplazar la letra C en el sonido /g/ y darle un valor diferenciado.
- El signo S en su forma arcaica fue tomado directamente del griego, al igual que M, L y T, que conservaron su aspecto.
- El sonido F, que los romanos representaron con F, derivaba de una adaptación etrusca de la letra griega digamma (Ϝ).
Otro rasgo interesante es el orden de la escritura. Las primeras inscripciones latinas, como la Fibula Praenestina y la Lapis Niger, muestran que los romanos escribían de derecha a izquierda o en un estilo alternante llamado bustrofedón (como si se arara un campo), siguiendo la tradición etrusca. No fue hasta siglos después que la escritura de izquierda a derecha se impuso como norma.