El término persona en la Antigua Roma no tenía la misma carga filosófica y ética que tiene en la actualidad. En un principio, se refería a los distintos papeles que un individuo podía representar en la sociedad, ya sea en el teatro o en el ámbito legal. Esta concepción estaba estrechamente ligada a la estructura jerárquica romana, en la que cada ciudadano desempeñaba un rol definido según su estatus y función. Un esclavo, por ejemplo, no era considerado una persona en términos legales, ya que carecía de derechos.
Fue en la Edad Media cuando el concepto de persona empezó a adquirir una dimensión más profunda. Filósofos y teólogos como Boecio redefinieron el término, considerándolo como aquello que hace a un ser racional único e irrepetible. Boecio, en particular, definió persona como «una sustancia individual de naturaleza racional» (naturae rationalis individua substantia), una idea que influyó en la filosofía y en el desarrollo del pensamiento sobre la dignidad humana.
Hoy en día, la palabra persona ha evolucionado para abarcar no solo la identidad jurídica o social, sino también la dimensión psicológica y emocional de cada individuo. En disciplinas como la psicología y la sociología, el término se emplea para describir la identidad, el carácter y la construcción del «yo» en diferentes contextos. Desde su origen en las máscaras teatrales hasta su papel central en la reflexión sobre la naturaleza humana, persona sigue siendo una palabra clave para entender lo que significa ser humano.