El significado original de katastrophḗ en griego estaba estrechamente ligado al teatro. En las obras trágicas, representaba el punto de inflexión en el que la historia daba un giro decisivo, marcando el destino inevitable del protagonista. Sin embargo, este uso teatral no se mantuvo estrictamente cuando la palabra pasó al latín. En Roma, catastropha comenzó a aplicarse también a situaciones reales, como derrotas bélicas, crisis políticas o incluso eventos climáticos extremos.
Con el tiempo, la carga dramática de la palabra se consolidó en su sentido negativo. A medida que el latín evolucionaba y las lenguas romances comenzaban a formarse, catástrofe se convirtió en sinónimo de desastre. En francés, español, italiano y otros idiomas, el término adquirió un uso más amplio, aplicándose a cualquier evento de gran magnitud con consecuencias devastadoras, ya fuera una inundación, un terremoto o una crisis económica.
Este cambio de significado refleja cómo las palabras pueden transformarse a lo largo de la historia a medida que pasan de una lengua a otra. Si bien la raíz griega enfatizaba el giro dramático de los acontecimientos, fue el latín el que consolidó su sentido de desastre. Hoy en día, el término sigue evocando imágenes de destrucción y tragedia, pero su origen nos recuerda que, en su sentido más amplio, una catástrofe es simplemente un punto de quiebre, un cambio abrupto que redefine el curso de los acontecimientos.