La palabra persona tiene un origen fascinante que nos remonta al teatro de la Antigua Roma. Originalmente, persona se refería a las máscaras que los actores usaban en las representaciones teatrales. Estas máscaras no solo ayudaban a caracterizar a los personajes, sino que también amplificaban la voz del actor, lo que explica su posible relación con el verbo latino per-sonare («sonar a través de»). Así, en sus inicios, el término no hacía referencia a la identidad individual, sino al rol representado en escena.
Con el tiempo, persona adquirió un significado más abstracto y pasó a designar no solo a los personajes teatrales, sino también a los distintos papeles sociales que una persona desempeñaba en la vida real. En el derecho romano, persona comenzó a utilizarse para referirse a cualquier individuo con capacidad legal, es decir, alguien con derechos y deberes dentro de la sociedad. Esta evolución del término marcó un cambio fundamental en la forma en que se concebía la identidad humana.
Finalmente, el significado de persona trascendió el ámbito legal y teatral para convertirse en un concepto filosófico y moral. Con la llegada del cristianismo, el término se enriqueció aún más, ya que se utilizó para describir la naturaleza de la Santísima Trinidad en la teología cristiana. De este modo, lo que en un principio era una simple máscara teatral acabó transformándose en una noción esencial sobre la individualidad y la dignidad humana, un significado que pervive hasta nuestros días.