Aunque el alfabeto latino se extendió y perduró, los números romanos (I, V, X, L, C, D, M) presentaban limitaciones prácticas. Si bien eran útiles en inscripciones monumentales y para contar cantidades pequeñas, resultaban poco eficientes para cálculos complejos.
Fue en la Edad Media, alrededor de los siglos X y XII, cuando Europa adoptó el sistema numérico árabe que utilizamos hoy. Estos números (0, 1, 2, 3, etc.) llegaron a través del mundo islámico, que los había recibido de la India. Los árabes perfeccionaron el sistema decimal indio y lo difundieron por sus vastos territorios, desde Oriente Medio hasta el norte de África y la península ibérica, gracias a la expansión islámica y sus grandes avances en matemáticas.
El matemático italiano Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, fue clave en la introducción de los números árabes en Europa. En su obra Liber Abaci (1202), Fibonacci mostró las ventajas del sistema decimal árabe sobre los números romanos, como la posibilidad de realizar cálculos rápidos y precisos. La inclusión del cero, inexistente en el sistema romano, fue revolucionaria, pues permitía representar órdenes de magnitud y desarrollar operaciones matemáticas complejas.
La adopción de los números árabes fue paulatina, debido a la resistencia inicial de los escribas y las instituciones, que veían con recelo el cambio. Sin embargo, su practicidad acabó imponiéndose, especialmente con el auge del comercio y las finanzas en la Baja Edad Media.