La adopción y adaptación del alfabeto etrusco permitió que los romanos contaran con un sistema práctico para su lengua, que, aunque inicialmente era simple, resultó ser altamente flexible y exportable. A medida que Roma conquistó otras regiones, el alfabeto latino se expandió junto con su lengua y cultura.
El sistema de escritura también se fue perfeccionando. Durante la República, los romanos comenzaron a estandarizar las formas de las letras y a desarrollar técnicas para escribir sobre diferentes soportes, como piedra, cerámica, pergamino y cera. Las inscripciones públicas, los textos legales y las monedas se convirtieron en los principales vehículos de difusión del alfabeto.
Este proceso consolidó el alfabeto latino como un sistema duradero, capaz de adaptarse a distintos contextos lingüísticos y culturales. Tras la caída del Imperio Romano, su legado permaneció, convirtiéndose en la base de los alfabetos modernos utilizados en la mayor parte del mundo occidental.