Aunque pueda parecer una lengua muerta, el latín sigue vivo en la ciencia. Desde el siglo XVIII, se utiliza en la nomenclatura binomial para nombrar especies de plantas, animales y microorganismos. Este sistema, desarrollado por Carl Linneo, utiliza palabras en latín o latinizadas para asegurar que los nombres científicos sean universales y comprensibles para los científicos de cualquier idioma.
¿Por qué el latín? Porque, al no ser una lengua en uso cotidiano, no está sujeto a cambios ni regionalismos, lo que garantiza su estabilidad. Ejemplos famosos incluyen Homo sapiens (el ser humano) y Canis lupus (el lobo). Así, el latín sigue siendo una herramienta esencial para la clasificación de la biodiversidad y la comunicación científica global.