Las inscripciones más antiguas en latín nos ofrecen una ventana única al uso práctico y cotidiano de la lengua en la Roma primitiva. Entre las más destacadas se encuentra la Lapis Niger, una piedra de basalto negro hallada en el Foro Romano, datada alrededor del siglo VI a.C. Esta inscripción, aunque fragmentaria, contiene palabras arcaicas y una sintaxis rudimentaria que muestran un latín aún en formación. La Lapis Niger probablemente marcaba un espacio sagrado, y sus palabras reflejan una mezcla de advertencias y normas rituales, típicas del contexto religioso primitivo.
Otro ejemplo notable es la Fibula Praenestina, una pieza de joyería encontrada cerca de Roma y datada en el siglo VII a.C. La inscripción en la hebilla dice: Manios me fecit Numerios (“Manio me hizo para Numerio”), mostrando el uso primitivo del latín en objetos personales. Este ejemplo revela cómo el latín empezaba a utilizarse no solo en contextos públicos, sino también en la esfera privada, como forma de identificación y comunicación.
La escritura de estos textos tempranos aún no era estándar: las palabras carecían de separación clara y se mezclaban elementos propios del etrusco, como ciertas letras y el sentido de escritura de derecha a izquierda. Estos detalles nos muestran una lengua en plena transición y adaptación, que poco a poco fue puliéndose hasta alcanzar la complejidad del latín clásico.