El latín, al expandirse junto con el Imperio Romano, no solo impuso su uso como lengua administrativa y cultural, sino que también sembró las bases de lo que hoy conocemos como las lenguas romances: español, francés, italiano, portugués, rumano, entre otras. Pero, ¿cómo ocurrió esta transformación?
Durante la época del Imperio, el latín que hablaba el pueblo, conocido como latín vulgar, difería del latín clásico empleado en textos literarios y oficiales. Con la caída del Imperio, este latín vulgar evolucionó de manera independiente en las distintas regiones, influenciado por las lenguas locales y los cambios sociales. Así nacieron las lenguas romances, que aunque distintas entre sí, comparten una raíz común que aún se percibe en su gramática, vocabulario y fonética.
La huella del latín en estas lenguas es profunda: palabras como luz (lux), amor (amor) o familia (familia) son solo algunos ejemplos de cómo el latín sigue vivo en nuestro lenguaje cotidiano.