Aunque solemos pensar en ad hoc como algo formal o sofisticado, también está presente en nuestra vida diaria de maneras más simples. Por ejemplo, cuando utilizamos un objeto para un fin distinto del original —como un libro para calzar una mesa coja— estamos creando una solución ad hoc. El libro no fue diseñado para ello, pero en ese momento cumple una función específica y temporal que resuelve nuestro problema concreto.
Otro ejemplo común ocurre en las reparaciones improvisadas del hogar. Imagina que se rompe el tirador de una puerta y decides usar una cuerda o una cinta como reemplazo temporal: esa solución, aunque no sea definitiva, es ad hoc porque se adapta a la necesidad puntual de abrir la puerta. Lo importante aquí es entender que lo ad hoc no significa «chapucero» o «sin cuidado», sino creativo, funcional y adaptado a las circunstancias.